
Reía a carcajadas mientras sentía como la transpiración corría por su frente. Había mucho calor ahí. Era la gente que atestaba el lugar, o bien podría ser su nerviosismo. Al fin ella había accedido a salir con él. Pero siempre ocurría que todo salía mal. Ella estaba loca de remate. Algo iba a ocurrir en cualquier momento. Siempre era así. Ella iba a ofenderse por su opinión, o respondería con evasivas. Él la dejaba hablar y escuchaba atentamente, tratando de leer entre líneas y llevarse con él algunos de sus secretos. Ella era tan extraña. No podía ser más simple, pero emanaba algo animal, primigenio, que le hacía querer estar con ella, a pesar que la razón le decía que no le convenía de ninguna forma, él la deseaba tanto. Ella era su luna, no su sol, porque ella era nocturna. Ella era una loba, una mujer vampiro, un ser de la oscuridad. Pero le deslumbraba. Él moriría por ella. Hablaron trivialidades, él trataba de parecer humilde, no hablaba mucho de sus logros, porque sabía que era una trampa. Si el caía, y empezaba a hablar con pasión de los números, de que amaba los cálculos, de que cada día sentía que creaba pequeños mundos numéricos, que las cifran mutaban y se procreaban dando luz a nuevos vástagos, ella le diría que no le interesaba el tema, como tampoco le interesaba decir donde estaba viviendo, ni con quién. Ni de su trabajo, ni de su familia, ni de nada. Él sabía que el gran tema de fondo era que ella se sentía vulnerable ante él. Cosas que para él no tenían importancia, para ella eran todo un tema. La familia, el trabajo honesto, el cálculo del modo de vida, etc. Por lo que cuando ella le preguntó por su trabajo en la oficina, él se limitó a decir que estaba todo bien. Ella le empezó a hablar de la fábrica, de que el jefe la había invitado a salir, que los hombres eran todos frescos y solo querían una sola cosa de ella, que pensaban más con su pene que con su cerebro y que eso le parecía asqueroso. Él le dijo que así sucedía. Y que honestamente, no los podía culpar, porque ella era una una deidad. Una diosa inmemorial en el cuerpo exquisito de una hembra terrestre. Ella se rió. Pero estaba todo calculado, ella sabía el efecto que producía en los hombres y lo manejaba a la perfección, podía hacerse amar locamente por quién quisiera, pero de alguna forma, nada nunca le resultaba en el amor. Él pensó en el dicho "la suerte de la fea, la bonita la desea" y se lo dijo. Ella reía de buena gana, el alcohol estaba ayudando. Ella de pronto, le susurró al oído "¿Tienes algo en tu departamento?" Era la pregunta que él esperaba desde dos noches atrás, cuando se gastó la mitad del sueldo en drogas. Era la forma en que ella podía salir con él. Probablemente, de otra forma, ella no lo haría. Él sonrío coqueto y le dijo que tenía de todo un poco. Ella le dijo que fueran a su departamento entonces. Mientras él pagaba la cuenta, ella fue al baño. Al regresar, él la admiró. Parecía un sueño andante. Todo estaba listo para irse. Ella le dijo muy seria que no estaba de humor. Que si él intentaba algo, ella se iba a ir. Siempre era así. Por lo que la cacería nunca estaba del todo garantizada. Siempre podía pasar que uan vez en la intimidad, ella poco a poco se relajara, y terminaran teniendo sexo. O que ella se molestara y lo dejara con una erección y sintinéndose un completo imbécil.
-Me portaré bien si tú haces lo mismo.
Ella se rió de eso también. Le pidió que pasaran a comprar alcohol. Él empezó a pensar si tenía o no condones. Pero no podía ir y comprar, al menos no delante de ella, porque eso podía la causa de la ruptura de la noche. Compró la champaña que ella amaba. Dos botellas. Con eso alcanzaría. Además en su departamento tenía vodka y otras bebidas. Cuando subieron al taxi, él tenía una erección descomunal. Solo pensaba en ella como un pedazo de carne retorciéndose bajo él o sobre él. Estaba muy nervioso. Ella reía de buena gana con sus chistes. Él le indicó al taxista el camino a su lugar. Ella hizo algo inédito. Le besó la cara. Él le preguntó el motivo de ese gratuíto acto de cariño. Y ella le dijo un poco molesta -No seas latero, no preguntes tantas cosas todo el tiempo. Él sintió ganas de enfrentarla y decirle que era una estúpida, que porqué mierda siempre se tenía que comportar de esa forma, que no se daba cuenta que la gente normal no andaba con tanto secreto extraño y tanto mal humor a título de nada, pero se contuvo. La erección era más fuerte que el enojo, y como decía el abuelo "un pendejo tira más que una yunta de bueyes". Él cambió el tema. Ella también. Por la ventana, el mar se veía precioso. Hablaron brevemente de la ciudad. Entonces sonó un teléfono celular. Ella buscó en su cartera y lo encontró. Le indicó a él que se callara. -¿Hola?- él creyo escuchar una voz masculina, pero por el ruido del auto y del mar, no entendió que decían. Ella dijo -Dame un momento-. Hizo señas al taxista para que se detuviera. Y se bajo a hablar. Él sonrío al taxista, como diciendo "las mujeres, usted sabe... Son raras". El taxista no le devolvió la buena onda. El tiempo cambió. Se hizo eterno. Por la ventana, a orillas del camino, ella hablaba. Su silueta se recortaba frente al mar. De fondo, oscuridad y la luna. Llena. Él pensaba que ya todo se había acabado por esa noche. Y su erección se iba transformando en dolor a medida que se iba. Sintió lástima por él mismo. Pero sabía que esta miseria, era la opción mala. En la buena, todo sería increíble. Ella volvió, se disculpó, y dijo que no podían ir. Preguntó si él podía esperar que ella tomara otro taxi, o si existía la posibilidad de que el taxista llamase a un colega. Él sintió ganas de empujarla afuera y dejarla ahí en la mitad de la noche. Pero hizo lo de siempre. La fue a dejar lejos, al otro lado de la ciudad. Ella le pregunbataba insistentemente si se había molestado, pero él le decía que no. Y era cierto. Habían sido ya tantas veces que por algún u otro motivo terminaba solo cuando salía con ella, que todo daba lo mismo. Él le dijo que estaba acostumbrado. Se despidieron con un beso en la cara. Él siguió en el taxi hasta su departamento, porque en verdad, no tenía nada más que hacer esa noche, salvo sentirse una mierda. Por el camino, se imaginaba imágenes paganas en los reflejos del mar en los vidrios. En algún momento por el camino, se dio cuenta que ya no tenía nada de calor.