Cuando despertó pensó que quería leer o dibujar algo. Así que tras vestirse, fue a saludar a su abuelo, que estaba en el jardín revisando las concienzudamente sus plantas. Era parte de la rutina diaria. Primero las plantas, luego preparar el almuerzo y así pasaban los días. De vuelta en el living, al empezar a buscar en la pequeña biblioteca, descubrió -una vez más- que ya había leído toda su colección. Prendió la TV y no encontró nada que le interesara. A esa hora no ponían dibujos animados ni programas infantiles. Su abuelo lo encontró sentado a la mesa rayando una hoja de papel de las que a veces venían con las compras. Entonces su abuelo entró a su dormitorio y volvió con un cuadernillo de hojas de color naranjo, cortadas con un viejo cuchillo y cosidas con la pitilla que traían los envases de arroz.
-Toma le dijo.
El niño recibió feliz el cuadernillo. Le dio las gracias a su abuelo y de inmediato buscó un lápiz y empezó a dibujar. Lo primero que hizo fue dividir la primera página en seis cuadros, para luego empezar a dibujar cada uno de ellos. Los dibujos eran sencillos. Pero contaban una historia. Una historia con héroes y villanos.
El niño dibujó por horas, hasta completar la historia que iba inventando. Se detuvo a ratos durante el día para almorzar, jugar un rato con sus gatos, tomar té, pero pasó todo el día pensando y dibujando. Así se le fue la tarde de verano.
Y así vinieron muchas tardes similares. Y semanas y meses y pasaron los años. Los cuadernillos naranjo se convirtieron en hojas de oficio, hojas de roneo, hojas de carta, papel couché, hojas de block y la vida siguió.
Un día, al llegar a casa encontró a sus tíos, cosa que era rara porque casi nunca aparecían, pero su abuelo no estaba en ninguna parte. De inmediato supo que algo malo había pasado. Que un desmayo, que un problema respiratorio, que el corazón decían. Su abuelo estaba hospitalizado. Lo iba a ver diariamente, al igual que el resto de la familia. Entonces un día, cuando el abuelo debía regresar a casa, tuvo una complicación y rápidamente las cosas cambiaron. Su abuelo se fue. Ya no lo encontraría más en el jardín, ya no le podría hablar de su juventud en China, no prepararía más el arroz blanco al almuerzo ni tampoco podría hacer más pajaritos de origami, ni fabricarle cuadernillos de papel naranjo para llenarlos de dibujos. Su abuelo se había ido.
Con el tiempo el dolor pasó un poco. Sin embargo, todos los recuerdos le acompañarían siempre.
A mi amigo Sebastián, que un día también se fue sin alcanzar a despedirse.